viernes, 30 de diciembre de 2011

¿UN PAIS DE CHARANGA Y PANDERETA?

Mientras el principal partido de la izquierda de este país parece dudar entre desplazarse por la pendiente cainita o sumirse en un apresurado debate nominalista - el vulgar y aburrido quítate tú para ponerme yo- y así olvidar el resuello provocado por las recientes derrotas, al otro lado de la trinchera la derecha triunfante por tierra, mar y aire (elecciones generales, autonómicas y locales) se apresura a sacar a la luz su archiconocido programa oculto, en el que destaca no tanto lo que piensa hacer pues ya lo suponíamos, como lo que silencia: no habrá lucha contra el fraude fiscal; los evasores de impuestos podrán seguir viviendo tranquilos; las grandes fortunas no deben temer medidas drásticas; y la CEOE sustituirá a los sindicatos a la derecha de dios padre. Todo muy aparente, muy guapo y muy limpio, sí, pero qué hastío.
Y es que al mismo tiempo que todo eso acontece en los ámbitos de lo institucional o políticamente correcto, la vida cotidiana transcurre por otros cauces, un suponer, alimentando la avidez consumista de todo quisque tal como ocurre durante las fiestas de Navidad, Navidad, feliz Navidad. Cuando vivíamos en la aparente opulencia había que consumir porque sí, y ahora que estamos a punto de caer al más profundo de los abismos tenemos que hacer lo propio porque total ¿qué perdemos?.

ALGO SIGUE FALLANDO

Alguien podría considerar esas actitudes de fatalismo ingenuo pero se equivocaría pues no hay tal. El gran drama de esta sociedad que nos ha tocado en suerte es la pesada carga que viene arrastrando desde que los parias de la tierra, aquella famélica legión nacida a finales del XIX y consolidada durante el XX, decidiese levantarse contra la explotación, defendiendo su dignidad, el derecho a ser libres. La revolución democrática. No fue posible como bien sabemos, así que tras un largo periodo de silencio forzado llegaría primero la muerte del dictador en la cama de un hospital y luego la irrupción del liberalismo económico europeo permitiéndonos la recuperación de la libertad, de la democracia. Han pasado ya más de 30 años desde entonces y muchas cosas han cambiado: los Gobiernos, las carreteras, los polígonos industriales, las barriadas, la salud, y hasta dicen que somos más altos. Me lo creo, sí. Y sin embargo algo falla, ya no "olemos a ajo" como decía la turista americana de los años sesenta, cierto, pero    sigue persistiendo en el ambiente algo oscuro y sucio, teñido de egoísmos estúpidos, de ansiedades evanescentes, que se hacen notar en el día a día.

EL RECONOCIMIENTO SOCIAL DEL CORRUPTO

Quieran reconocerlo o no quienes asumen el liderazgo social (políticos, obreros, empresarios, profesionales, etc) las actitudes hipócritas dominan la vida cotidiana. Quien defrauda a la Hacienda pública es tenido por "un tipo listo"; frente a los méritos del conocimiento y el esfuerzo el enchufismo sigue siendo el rey del mambo en el mundo laboral, sin que importen si se trata de una Universidad Pública o de unos grandes almacenes; el concepto de "familia", contrariamente a lo que se pregona no es el el de las relaciones afectivas, sino el de los intereses por "colocar" lo mejor posible al niño, a la nuera o al yerno ¿Y qué decir de los grandes "triunfadores"? Un conocido piloto de Fórmula Uno recibe todo tipo de agasajos, incluso se construye con dinero público un circuito (sic) que llevará su nombre y mientras tanto el pájaro guarda sus millones de euros de ganancias en un paraíso fiscal dejando así de contribuir con sus impuestos a la cuota parte de solidaridad que le correspondería de ser un buen ciudadano. Y es que como si se tratase de una peste inevitable el defraudador está por todas partes: el fontanero que te arregla el baño, el mecánico del coche,y hasta el trabajador de pompas fúnebres se atreven a preguntar sin asomo de pudor: ¿la factura la quiere con IVA o sin IVA?. Y parece ser que la gran mayoría dice sin dudar que "sin IVA, claro".
Como corolario de esta radiografía, un día sí y otro también las actividades corruptas de muchos políticos, empresarios y personajes conocidos ocupan las primeras páginas de los periódicos y de los informativos provocando en apariencia el lógico rechazo social. Pero no es así, en el fondo más que desprecio hay envidia y de hecho cuando llegan las eleciones millones de españoles deciden dar su voto a partidos como el PP que actualmente tiene imputados a dos ex presidentes de comunidades autónomas (Baleares y Valencia) y a más de 122 concejales y alcaldes  (Madrid, Valencia, Baleares, Canarias, Murcia, etc), que de una u otra forma alimentaron a auténticas mafias (Gürtel, Urdangarin...) con dinero público robado a los contribuyentes. Nos roban y lejos de sacarles a hostias de sus despachos encima les votamos para que sigan forrándose y riéndose de nosotros.

LA CALIDAD DE LA DEMOCRACIA

Esta sociedad está enferma por más que se intente esconder la verdad. No estamos por tanto solo ante un problema político, de partido, o de la izquierda,  que también, sino y sobre todo ante un problema social muy grave que necesitará de mucho tiempo y esfuerzos para conseguir darle la vuelta. Tenemos unas normas, unas leyes, una Constitución, pero de nada servirán si los valores éticos privados no se corresponden con las actitudes públicas. Necesitamos más democracia, profundizar en la que hoy existe, primar la calidad de la misma. El novelista australiano Peter Carey dice al respecto en su último libro que "la solución de la democracia es tener una población educada, formada en libertad, con amplios conocimientos de la realidad", es decir, que necesitamos más educación aunque para ello también será preciso hacer de la enseñanza un mundo más atractivo y cercano.
Solo así conseguiremos alejarnos de esa "España de charanga y pandereta" de la que hablaba Antonio Machado y que aún hoy, tantos años después, sigue helándonos el corazón, sí.