jueves, 30 de enero de 2014

ANTE EL INMINENTE VIAJE DEL TREN DE LA LIBERTAD: Recordatorio (triste) de un aborto clandestino


Recuerdo una tarde gris de invierno en la que la lluvia golpeaba con estrépito sobre el asfalto hasta tal punto que el Seat 600 en el que viajábamos más que coger velocidad en las rectas parecía desplazarse por una pista de agua. 
- "Fusssssssssssssssss... Fussssssssssssss... Fussssssssssssss...

Teníamos prisa en llegar a casa porque la visita anunciada apenas una hora antes llegaba por sorpresa y nadie parecía recordar si se habían hecho las camas (seguro que no), recogido los tazones del desayuno de la mesa (tampoco), ni tan siquiera si quedaba algo de carbón para encender la cocina. Y es que hacía frío, mucho frío.

- Un desastre... - musitaba Luisa
- Si, sí, un desastre...- ratificaba Amparín, su amiga del alma, arrebujada en el asiento de atrás del coche

Vivíamos entonces a pleno atraganto, cierto, asistiendo a asambleas en la Universidad (que casi siempre acababan disueltas por la policía a la carrera y tolete en ristre); trabajando en la redacción del periódico y de la radio (cuando te dejaban); asistiendo a las reuniones de la "célula" (obligatorio); escribiendo y lanzando panfletos con una multicopista que te dejaba las manos pringadas de tinta;  y si era el caso encontrarnos con los amigos en el bar frente a un vino blanco caliente y con azúcar porque el presupuesto no daba para mucho más.

-Venga, cuéntanos ¿qué se sabe de Franco? ¿palma o no palma?- preguntaba Juanfer con su desapego habitual
-Alguien escuchó en radio París que ya murió el raposu pero los muy cabrones no dicen nada. Seguro que quieren frenar la revolución- Ángel era como el correo del zar, eso sí, en plan cuenca minera
-Pero qué revolución ni qué ocho cuartos... no lo dicen porque no saben qué hacer. Estos fascistas de mierda están tramando algo, seguro, ya lo veréis- Sentenciaba al fin el jefe de la célula

Y si la noche resultaba propicia aquella conversación acababa saltando por encima de nuestras ansiedades y miedos -¡eran tantos!- alargándose hasta la madrugada, primero en el piso de algún amigo, luego por la calle desierta, y al final en el salón de la casa en la que vivíamos, refugio ocasional al fin de amantes primerizos, de adulterios inacabados, y de conspiraciones que cuando alcanzaban su clímax hacían temblar al mismísimo Vladimir Ilich Lenin. 

Pero aquel día de tormenta todo cambió de pronto al pedirnos  ayuda urgente una amiga que era comadrona  -se llamaba Lilí, bien lo recuerdo- para socorrer a  una persona desconocida y de la que únicamente sabíamos que había llegado hasta nuestro pueblo para abortar tras largas horas de viaje desde Galicia. Cuando aquella joven entró en nuestra casa la operación ya se había realizado una hora antes en otro sitio para mí desconocido y su rostro era una mezcla de dolor y abatimiento. Luisa y su amiga la ayudaron a acostarse en la cama de la habitación azul y allí quiso quedarse toda la tarde/noche/madrugada, sin pedir nada, sin quejarse, sola. Al día siguiente un tipo vino a buscarla y ella, tras darnos las gracias, esbozó desde la puerta una sonrisa que no logró desprenderse de la tristeza. Nunca más volvimos a verla.                                                                


 [Este relato se corresponde con los hechos ocurridos en el otoño de 1975 
en el barrio de Bédavo, en El Entrego (Asturias). Nunca pude olvidar a aquella joven que hubo de recorrer muchos kilómetros para abortar clandestinamente, arriesgando  su salud, confiando en desconocidos pero temiendo que alguien la descubriese. Los abortos clandestinos llevaban aparejada entonces la pena de cárcel para quienes eran considerados sujetos directos o cómplices. Franco murió pocos días después, el 20 de noviembre, y una vez llegada la democracia la mujer recuperó derechos perdidos muchos años antes tras el levantamiento fascista contra la República española. 

Tal pareciese que los herederos de aquella carcundia lo único que pretenden ahora es recuperar el viejo y casposo estilo de sus antepasados]





El dibujo de apoyo al Tren de la Libertad que sale de Asturias rumbo a Madrid, y que acompaña al comentario, fue realizado por Alfonso Zapico, asturiano de Blimea y Premio Nacional de Cómic 2012.