lunes, 18 de abril de 2016

MAPAMUNDI: (DE LA PERRITA MARILYN)

1.-  Recuerdo perfectamente la primera vez que vi un televisor funcionando, fue en el Bar Rubio, en mi pueblo, y también que salían en la pantalla una señora llamada Herta Frankel y su perrita Marilyn. No entendíamos muy bien de qué iba aquella historia en blanco y negro, la verdad,  pero allí estábamos como en misa haciendo luego peleas para decidir quién lo hacía peor, si la mujer con laca hasta en las cejas o su repelente perrita. El acento astro-húngaro de la marionetista-ventrilocua nos tuvo atónitos durante un tiempo pero en cuanto comenzaron a ganar tiempo y espacio sus colegas Franz Johan y Gustavo Re nos dimos el piro. Es lo que suele pasar cuando algo te deja colgado y luego te decepciona, que te haces un descreído.

2.- Algunos amigos me dicen que ven ahora menos televisión y lo justifican muy malamente, que si no hay series como las de "Expediente X" o "Aquellos maravillosos años", que si salen muchos políticos (en eso tienen razón), y tal y tal y tal, pero en realidad lo que les ocurre es que la crisis ha tracamundiado sus vidas y si tienen trabajo apenas les queda tiempo para nada, y si no lo tienen para qué te voy a contar.  Y lo peor es que ignoran la verdad, maldita sea.
La televisión, guste verla o no, emite una especie de halo invisible que va dejando pequeños mensajes encriptados por todas partes y que a través de procesos que los dioses del Olimpo no se han dignado explicarnos "crean tendencia", que es como se definen ahora esas cosas. Muchas personas pueden darse el lujo de ignorar la parrilla de programación en la que se asan llantos, publicidad, risas, propaganda o cualquier invento que haga subir la audiencia, pero al final les llegará el mensaje: la tele es guay del Paraguay, y lo que es peor, alcanzarán la certeza de que es en la televisión y no en ninguna otra parte donde todo sucede: los goles de Messi en Barcelona o de David Villa en New York, las retiradas de Alonso o las advertencias alarmantes de que el norte debe prepararse para lo peor puesto que este invierno nevará en las montañas...¡a 500 metros de altura! Menudo miedo. Pero les da lo mismo.

3.- Así pues, la televisión es parte de nuestras vidas y llegado el caso, la proyección de numerosas y variopintas ansiedades. Suena a diván de psiquiatra de baratillo, lo reconozco, pero es la pura realidad. En la radio escuchábamos las cosas, sí, pero luego pasaban a ser algo distinto cuando convertidas en imágenes salían en la televisión. Una cosa era escuchar a Matias Prats, padre, narrar un gol de Pelé y otra muy distinta vivirlo en directo en la pantalla. Habíamos nacido en un mundo de sonidos pero gracias al telefunken, con dos cuernos como antenas y un hórreo en miniatura como acompañamiento, se hizo el transito hacia la fantasía completa. Ni siquiera aparentes certezas del tipo "Cristiano Ronaldo es un chulo" o "la Wolssvagen una panda cabrones", llegan a ser nada si la televisión no nos lo cuenta con pelos y señales. Mi abuela Julia, la extremeña, supo entenderlo perfectamente aunque el invento la pillase ya muy mayor. Le gustaba ver el telediario después de cenar y cuando salía David Cubedo y decía con voz cazallera "buenas noches" ella le contestaba "buenas noches", atusándose coqueta el moño, pues como veía a aquel señor cada noche en el telediario ya era como de la familia.

4.- Por otra parte, los contenidos televisivos varían muy poco pues es sabido que todos se copian y se espían. Hablando claro: se sabe de buena tinta que cada temporada hay un guión compartido, pactado tal vez en una sala oscura y tras no pocas broncas entre los mandamás de los distintos canales de televisón. ¿Toca concursos? pues concursos ¿Toca tertulias con bronca? pues bronca para ganar audiencia. Pero como cada día tiene su afán la cuestión ahora es hacer frente a unos telediarios en los que la gresca política ocupa gran parte del tiempo, con el añadido impagable de un Gobierno provisional mendaz, huidizo y quejumbroso, tratando de evitar que la audiencia huya de espanto.  Con esta agonía la gente va a hartarse de tanto bla, bla, bla sin chicha y decida tirar por reírse de otras cosas, un suponer de Mariano Rajoy como comentarista deportivo en la radio o de Montoro acudiendo vestido de rockero a los bares de Malasaña, en plan Varufakis. El peligro es que esas cosas duran lo que duran y al día siguiente la gente pedirá más sangre. ¿Cuál será entonces la pócima mágica a utilizar?


5.- Los jerifaltes de la cosa lo tienen muy claro: la solución es el cotilleo, la maledicencia, imitar a los de Salvame y compañía en plan faltón. ¿Debates para comprometerse? no, no, gracias. Mejor hacemos risas con la parte más sucia y miserable de este calvario. Nada es ya lo que parece. Fíjate, van y convocan una rueda de prensa, pero luego no admiten preguntas... ¿cómo llamarlas entonces? El inicio de la práctica de las ruedas de prensa comenzó en los Estados Unidos en el año 1913 por iniciativa del  entonces presidente  Woodrow Wilson, pero ya te digo, ahora todo es simular, aparentar, distraer, huir del corazón de la tormenta. No hay preguntas. No hay respuestas. Aunque lo que no hay es vergüenza.

¡Ay si Herta Frankel y la perrita Marilynn levantasen la cabeza!









  • MAPAMUNDI (de las urbes africanas)

Algarabía en las calles de Kampala, Uganda. Fotografía: Pek Shibao.
Tiempo atrás descubrí un libro en el que se hablaba del origen de los nombres que hoy identifican a las capitales de diversos países africanos: Rabat, El Cairo, Kinshasa…; algunos me eran cercanos tras haberlos visitado o por razón familiar, otros en cambio habían quedado aparcados en la memoria por este engañoso vivir occidental siempre dispuesto a hacernos creer que tras el mundo que nos es propio no hay apenas nada, si acaso la oscuridad de las tinieblas retratada en forma de corazón desgarrado por Joseph Conrad y recreada luego en el cine por Francis Ford Coppola en “Apocalypse Now”.
Pero no es cierto, el supuesto patio de atrás de la cultura que hemos amamantado, esa inevitable bajada hacia lo más profundo de nuestros orígenes que se llama África, encierra muchas sorpresas, por ejemplo en las imágenes que permiten recuperar la sensación de que la belleza existe incluso allí donde todo se hace más difícil para la existencia humana.
Charlie Marlow, el trasunto de Conrad, reconoce en su libro que “de muchacho sentía pasión por los mapas. Podía pasar horas enteras reclinado sobre Sudamérica, África o Australia, y perderme en los proyectos gloriosos de la exploración”.  Hoy, esos mismos mapas nos llegan a través de Google acompañados de miles de fotogramas por lo que una vez más todo remite al comienzo, a la sencillez de los nombres, a la belleza anunciada por una ingente lista de ciudades en las que viven millones de personas.

¿Quieren saber las que más me gustan? anoten entonces y verbalícenlas luego en voz alta: Harare (Zimbabue); Nairobi (Kenia); Mogadiscio (Somalia); Monrovia (Liberia); Buyumbura (Burundi); Yaundé (Camerún); Asmara (Eritrea); Kampala (Uganda); Lusaka (Zambia)…

(artículo publicado en ORUBA.es el 8 de abril de 2016)



Algarabía en las calles de Kampala, Uganda. Fotografía: Pek Shibao.





MAPAMUNDI (de los Mares del Sur)

En el disco duro de la memoria infantil anidan aventuras de piratas por lo largo y ancho del océano Pacífico. Manolo Vázquez Montalbán también vivió esa experiencia y supo trasladarla a una de sus novelas, la titulada “Los Mares del Sur” que hasta fue premio Planeta.El personaje central de la novela del inventor de Pepe Carvalho (hermano de sangre del comisario Jaritos de Petros Márkaris) sigue los pasos del pintor Gauguin y quiere perderse en los Mares del Sur; es una huída con final trágico y paradójico: será asesinado no en ultramar sino en un barrio obrero de la Barcelona del año 1979.Curiosamente, en los Mares del Sur se encuentra un pequeño pueblo que tiene a gala ser el más alejado de las civilizaciones conocidas. Está ubicado en una pequeña isla volcánica llamada Tristán de Acuña, situada entre dos continentes, África y América; no tiene ni aeropuerto, ni puerto, pero si unos acantilados que la rodean de más de 600 metros de altura. Llegar es muy difícil pero quedarse es imposible, dicen sus 280 habitantes, casi todos familia ya.El único pueblo de la isla se llama Edimburgo de los Siete Mares y en el centro del mismo hay un pequeño bar, “Albatros”, en cuya barra se imagina uno con una pinta en la mano y escuchando a los lugareños viejas leyendas de monstruos marinos y piratas sanguinarios.
Es el fin del mundo, el nuevo finisterre que buscaban los romanos. No se lo pierdan, que cualquier día nos vemos por allí. A animarse.


(Pubicado en ORUBA.es el 25 de marzo de 2016)