miércoles, 29 de abril de 2015

EL EFECTO VAROUFAKIS


Mi segunda piel se llama Grecia, un país al que aprendí a querer reconociéndome en sus gentes, en  algunas de sus formas de vivir y soñar, también en las arquitecturas rotas, en el arte robado y nunca devuelto, en ese cielo interminable cuando a media noche regala miles de estrellas que parecen aplastarte, y astros que titilan -¡Ah, Neruda!- azules a lo lejos.

Ya no hago la cuenta de las veces que viajé hasta allí, quizás como defensa ante algunas ausencias dilatadas en exceso. No importa, cuando no puedo subirme a un avión de Olympic o de Aegean lo hago con la imaginación recorriendo tantos lugares queridos, ahogándome si es preciso en el olor que llega del Egeo, cerrando los ojos y saboreando un trago de retsina procedente de Ática, o simplemente atisbando la quietud del monte Likavitos en las madrugadas de atraganto.  También hay ocasiones en las que las circunstancias favorecen esa simbiosis: en el supermercado Lidl de mi barrio venden a veces unas pequeñas cajas de Baklavas (pasteles de miel y almendra), y la cajera me mira mal porque dejo las estanterías completamente vacías.De una u otra forma, todo es como una película sin fin por la que van transitando personas, lugares y sabores, yendo de Alekos Panagulis a Melina Mercuri,  de las manifestaciones en la plaza Omonia comandadas por un perro solidario llamado Likanítos hasta ese dibujo que Petros Márkaris suele regalarnos en sus novelas de una Grecia ingenua, tantas veces silente, ante los trapaceros.

Los acontecimientos de los últimos meses, y no digamos ya desde que Syriza ganó las elecciones en enero, obligan a un seguimiento casi diario de cuanto acontece en Atenas, en Bruselas, en Berlín o en Estrasburgo. Los tira y afloja, ese constante ir y venir del neoliberalismo contumaz a la esperanza asediada por las urgencias. Por momentos todo deviene en una mala comedia de enredo en la que nada es lo que parece, intercambiando mentiras, enfados, entrecejos fruncidos y amenazas, pero también descarnadas negociaciones. A veces surgen las dudas. Pero mi hermano del alma, Nikos Testas, me espetó recientemente desde Tesalonica un lacónico "Es la política, estúpido" que me tiene dubitativo.¿Hasta dónde tendrá que ceder el gobierno griego para garantizar las necesidades más urgentes de su pueblo? Los de la troika me caen fatal y a la Merkel ni la soporto...

Andaba uno con estas historias a cuestas cuando un nombre comenzó a hacerse notar. Primero fue en las portadas de los periódicos y luego en los telediarios: Varoufakis se llama el pavo,  economista pijo-progre a decir de ortodoxos comunistas griegos. Tuvo varias actuaciones estelares ante la troika pero, como ya sabrán, hace dos días que Alexis Tsipras le apartó de la gloria mediática por exigencias del guión negociador. Una última muestra de su caída en desgracia acaba de entrar rauda en mi Mac pues, al parecer, la pasada noche estaba cenando con su esposa y una amiga en un restaurante ateniense cuando un grupo de anarquistas embozados le agredieron verbalmente -eso que en el argot al uso le llaman ahora escrache-. Primero le apartan y luego le agreden. Las desgracias nunca vienen solas, ya se sabe.Así las cosas, y sin entrar en análisis políticos propios o impropios sobre las negociaciones del Gobierno griego y la troika, tras estos últimos acontecimientos la derecha europea más ultra ha cantado victoria: ¡Varoufakis, cabrón, vuelve al Partenón!.Y sin embargo...

Desconozco cuál será el futuro de este griego, pero sí puedo asegurar que en su breve reinado mediático ha conseguido un éxito inesperado y rotundo: la gran mayoría de las mujeres que son de mi conocimiento han caído rendidas a sus pies; han cuchicheado hasta la saciedad sobre su sex appeal; y se han hecho lenguas de ese porte entre canalla y motero a lomos de una Yamaha de 1.300 cv. Ténganlo claro, mis amigos: Varoufakis las pone. Y esa derrota no deberíamos desdeñarla pues cuando ellas se entusiasman no hay troika que valga. O dicho de otra manera: hay victorias que cuando son administradas por las mujeres devienen en derrotas para los políticos alfa. Y ellas lo tienen claro con Varoufakis. Que lo sepa la Merkel.