martes, 2 de abril de 2019


RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
o la crónica del descreimiento

Por Pedro Alberto Marcos 


Una amiga me confesó un día: son tan difíciles las despedidas…Y tenía mucha razón, si bien conviene matizar los diversos y disparatados tipos de despedidas realmente existentes. 
La peor es sin duda la de la muerte, de la que no hay regreso, aunque siempre quede la posibilidad, tal vez efímera, de la permanencia a través de los recuerdos. Luego de reconocer ese viaje sin retorno, las dificultades de los muy afines, seguidores, o incluso amantes, surgen muchas veces al tratar de resumir en una carta, un artículo o un comentario qué significó para ellos el muerto, con una condición inevitable: no hablar mal del finado. Tal vez darle algún pellizco descarnado, sí, pero sin pasarse.
Viene todo esto a cuento por el reciente fallecimiento de don Rafael Sánchez Ferlosio, ese pequeño dios reconvertido en escritor que un día le dio una solemne patada a la vida literaria española al tiempo que salía huyendo de lo que ha dado en llamarse “la petulancia intelectual”. Y es que Ferlosio transitó por esta vida con la certeza de quien asume la realidad de muy mala gana por desconcertante y jodida que ésta fuese. Asumirla para luego desentrañarla como un ejercicio intelectual pero también físico, pues frente al pensamiento surgía siempre la inevitabilidad de los sentimientos y las sensaciones. 
Puertas a fuera era un resumen de la España atribulada que iba del fascismo paterno, a la rebelión de un hermano comunista, y al desgarro de una hija muerta a causa del SIDA a los 29 años, a la que Ferlosio adoraba. Por el medio quedaron los libros, los artículos, y también ensayos que hoy muchos nombran pero que pocos han leído y menos aún recuerdan. Y puertas a dentro su propia condescendencia cuando dijo de sí mismo: ladra, pero no muerde.
En ese aquelarre, tan propio de la necrofilia que a aveces nos invade, incluso a veces en forma de coro nacido de los ditirambos griegos, algunos de los que hoy le alaban sin mesura le llamaron antes casi de todo: “iracundo” (como si la ira no estuviese justificada ante la estupidez), “anarquista” (cuando en realidad él tenía un método muy claro y definido, alejado de toda dispersión presuntamente ácrata: preguntar y preguntarse), y hasta “deslenguado” (simplemente porque un día dijo que la patria le cargaba y que era sin duda el más venenoso de los conceptos).
En vez de tanta verborrea plúmbea mejor homenajeaban al ilustre adentrándose sin mesura en alguno de sus libros, un suponer el titulado: “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”. 
Por si puede quedarles algo.