lunes, 3 de diciembre de 2012

EL CLÍC-CLÍC-CLÍC FOTOGRÁFICO DE ALFONSO ZAPICO, LOS JÓVENES Y LA ESPERANZA

Uno de los síntomas más evidentes de que nuestra sociedad se encuentra en un momento crítico es la desconfianza que muestra hacia los jóvenes; desconfianza, cuando no desprecio absoluto. Bien es verdad que esa actitud suele disimularse muy bien luego, cuando llega la hora de buscar consumidores (compra-todo-aunque-muchas-cosas-no-te-sirvan-para-nada), pero no es menos cierto que el mercado aquí no deja de ser una proyección más de la cultura dominante. Ya pasó lo mismo en otras ocasiones, por ejemplo cuando la dictadura franquista envejeció hasta tal punto que ya ni el capitalismo europeo movía un solo dedo por mantener en el poder a sus herederos consanguíneos. De hecho, como bien se está recordando ahora, tras la fuerte crisis económica de los años setenta la sociedad española cambió en el fondo y en la forma, recuperó la democracia, dejó a un lado el nacionalismo casposo de mantilla y bigotito fascistoide, y se unió a la vieja Europa democrática vencedora en la Segunda Guerra Mundial. En ese tránsito no faltaron los problemas, es verdad, pero nunca nunca pudieron compararse con la tragedia vivida durante los casi cuarenta años del régimen anterior. Solo quienes abominan de la libertad pueden sentir nostalgia de aquel tiempo en el que, entre otras muchas cosas, el simple hecho de ser joven ya era considerado digno de sospecha.
Curiosamente, al recordarse estos días el aniversario de aquel aplastante triunfo del PSOE en las elecciones de 1982 un hecho sobresale sobre los demás: quienes asumieron entonces el compromiso de liderar el cambio político fueron dos socialistas tan jóvenes que apenas llegaron a La Moncloa la prensa del viejo régimen no dudó en echar sobre ellos toda la bilis acumulada desde la muerte del dictador: se llamaban Felipe González, que tenía entonces 40 años, y Alfonso Guerra que había cumplido 42.
¿A qué viene, se preguntarán, este pelotazo de gim-tonic de aparente propensión a la nostalgia? Pues tiene más que ver con el presente que con el pasado. Concretamente con un acto al que asistí el sábado en la Casa del Pueblo de Gijón, y en el que estuvo como invitado el ilustrador y dibujante Alfonso Zapico, a quien hace poco más de un mes un jurado independiente concedió el Premio Nacional de Cómic 2012. Como Alfonso nació en el año 1981, es decir, que apenas si acaba de entrar en la treintena, al mismo tiempo que escuchaba sus palabras no dejaba de pensar en lo injustificado de esa desconfianza hacia los jóvenes, ese miedo a darles el testigo, a que sean ellos quienes puedan "dibujar" y "escribir" un camino que rompa nuevamente con los males de una sociedad que con el paso del tiempo se ha convertido en demasiado ñoña e injusta, cuando no vil, al no respetar lo mejor de cuanto se había conseguido desde la recuperación de las libertades públicas.
Zapico habla como dibuja, con una especie de clÍc-clÍc-clÍc fotográfico que sabe resumir lo esencial de su ideología socialista, de izquierdas: la solidaridad con los que sufren los embates del neoliberalismo pepero (los mineros, los débiles, los olvidados, los humillados), y el legítimo derecho a la esperanza (para las comarcas mineras, para Asturias, España y Europa).
Si pueden, busquen en las librerías o en las bibliotecas públicas sus novelas gráficas, "La guerra del profesor Bertenev", "Café Budapest" (sobre el eterno y tan actual conflicto árabe-israelí), "la ruta Joyce" o "Dublinés". Están escritas y dibujadas por un joven, algo que no solo no les resta valor sino que se lo añade a toneladas, créanme.