lunes, 18 de enero de 2021




Un viaje a Kálymnos, la isla de las viudas 


Por PEDRO ALBERTO MARCOS



Pablo se despertó sobresaltado tras sentir que el tren de aterrizaje del avión tocaba tierra. El sueño le había vencido apenas el avión de Olympic Air despegó de Atenas (el tedioso viaje previo desde Madrid continuaba siendo insufrible) pero ya podía ver desde la ventanilla el paisaje entre marrón y amarillento de aquella isla del Dodecaneso, un archipiélago casi difuminado en las aguas del Egeo. Pensó luego que mejor no haber visto el aterrizaje en aquella pequeña pista situada sobre una colina que sin remisión alguna caía al mar. Era muy aprensivo y solo de imaginarlo el vértigo le dominaba. 


-¡Bienvenido al paraíso de las esponjas!- fue el saludo de la joven que parecía tener como principal misión entregarle un escuálido folleto turístico apenas llegado al aeropuerto. 

Pablo respondió tímida y educadamente aunque él no era un turista  más. Aquel viaje a Kálymnos respondía a otro interés que tenía su origen en una foto en blanco y negro, arrugada por el tiempo, en el que tres mujeres enlutadas, de rostros secos y edad indefinida, parecían gritar su desconsuelo. En el reverso de la foto tan solo había una frase, “la isla de las viudas” y una fecha, “1965”.

Habían pasado muchos años desde entonces y Kálymnos se había convertido en un lugar en el que el inevitable turismo de playa convivía con dos actividades singulares, la escalada y el buceo, aunque era precisamente este último el que motivaba el viaje de Pablo, pero no en su vertiente deportiva. 


Todo había comenzado tiempo atrás con una conferencia en el aula Magna de la Universidad de Oviedo durante la que un viejo profesor montenegrino, Nikos Testas, haciendo memoria de la Grecia nacida tras la dictadura de los coroneles y la revuelta en la universidad Politécnica de Atenas en 1974, había hecho mención a la “isla de las viudas”. Fue entonces cuando Pablo, sin saber muy bien porqué, relacionó aquella historia con la fotografía de las mujeres enlutadas guardada entre las hojas de un libro del abuelo Manuel, marinero de aventuras por aguas del Mediterráneo, que había encontrado cobijo en el desván de la casa familiar en el que se fueron amontonando recuerdos y telas de araña. Pese a que en su momento la conferencia del profesor Testas le hizo pensar en la posibilidad de profundizar en aquella coincidencia, al final, y a causa de otras urgencias laborales periodísticas, hubo de renunciar. Recién estrenado el 2015 por fin creyó llegado el momento: adelantaría las vacaciones de verano a la primavera –al igual que en gran parte del Egeo, el calor en Kálymnos abrasa a partir de junio-, y tras conseguir a través de las redes sociales el contacto de un residente en la isla, Xanthus Mitsotakis, comenzó a organizar el viaje a la isla griega.


El taxista que trasladó a Pablo desde el aeropuerto hasta el hotel Melina en Pothía (se supone que en honor de la actriz y cantante Melina Mercouri), le puso en antecedentes de lo mal que estaba todo, ya fuese por la crisis económica, el aumento de inmigrantes o la política. ¿Culpables supremos para el taxista parlanchín? Como siempre Atenas y Turquía. En realidad Kálymnos se encuentra a escasas nueve millas de la costa turca, así que el temor hacia “el eterno enemigo” se daba por descontado. De la inmigración mejor no hablar, pensó, pues sobre su mesa de trabajo había dejado un reportaje de la revista 5W en la que se relataba el enésimo asalto de un nutrido grupo de subsaharianos a la valla de Melilla, con fotos que solo de mirarlas provocaban escalofríos y no poca vergüenza.  







Ya en el hotel y antes de deshacer la maleta pensó que debería hablar con su contacto, Xanthus, y organizar bien los pocos días de estancia en la isla pero al final optó por darse una ducha rápida y salir a la calle. Aunque en mayo ya se hacían notar de vez en cuando las altas temperaturas, eran ya las ocho de la tarde y la brisa que entraba a Pothía por el este hacía agradable el paseo. Decidió luego cenar en un pequeño bar cercano a su hotel y mientras le preparaban un plato de berenjenas con bacalao y entre sorbos de retsina, sacó su bloc de notas. Consultando libros y artículos había descubierto que las viudas enlutadas de la foto tenían relación con el buceo, pero no con el dirigido ahora al turismo sino al que había dado sustento a centenares de familias y fama a la isla: la pesca de esponjas. Pablo sabía de literaturas y esas cosas pero era un completo ignorante en lo referente a las profundidades marinas y se asombró al descubrir que las esponjas no eran “plantas” o “hierbas” como suponía, sino animales invertebrados que carecen de tejidos y de sistema nervioso. Era evidente que en aquellos animales estaba el misterioso origen de las mujeres enlutadas, pero aún no podía comprender su verdadero alcance. Decidió regresar al hotel, a dormir. No sentía el jet lag pero sí un profundo cansancio. Al día siguiente, pasadas las dos de la tarde, le despertó la señora de la limpieza, se asomó al balcón y desde las montañas que rodeaban el pueblo llegó un olor profundo y agradable a limón que le levantó el ánimo. Pensó que el Mediterráneo, tan distinto a su Atlántico norte, tenía a veces esas compensaciones.

A última hora de la tarde, previa llamada de teléfono, Pablo tuvo su primer encuentro con Xanthus.

-Hola– saludó el griego sonriendo y con un apretón de manos-. Me alegra que por fin nos hayamos conocido. La verdad es que dudaba de si al final vendrías a desentrañar esa historia que tanto te intriga de las viudas, sobre todo porque las redes sociales son muchas veces…, cómo decirlo, ¿un mar tan falso y tormentoso como lo es a veces el Egeo?. Pero ya veo que los españoles sois gente de fiar-. Y  el griego mantuvo su sonrisa. 

Su contacto en la isla, tal vez 28 o 30 años, era de mediana estatura, delgado, y moreno de pelo y tez   -desmintiendo así el significado original de su nombre-, había estudiado idiomas, inglés, francés y sobre todo español, que hablaba con perfección, y trabajaba en una agencia de viajes como guía turístico. Cuando Pablo le explicó que solo disponía de tres días para intentar conocer la historia que el libro del abuelo había guardado durante años, no pareció sorprenderse.

-Perfecto, tampoco vas a necesitar mucho tiempo, si quieres puedo recomendarte dos o tres visitas que seguro te aclararán algunas cosas; también entrevistas con personas que te hablen  de las viudas. Así comprobarás por ti mismo que no hay mucho misterio pero sí algunas deudas pendientes. Mañana tengo trabajo hasta las cinco de la tarde ¿quedamos en tu hotel a las seis?-. 

¿Deudas pendientes? Pablo evitó preguntar y Xanthus le aconsejó visitar el museo Marítimo y a ser posible también el Arqueológico.

-Los dos abren por la mañana, son modestos pero interesantes. Si quieres comer o cenar cerca de aquí está la taberna Pantelis, partiendo del puerto no hay pérdida. Tienen buen marisco, buenos quesos y mejor vino-.






El hotel Melina estaba a poco más de cinco minutos  a pie del puerto y su segunda noche en la isla decidió dedicarla a un vicio inevitable, pasear. Abundaban las tascas y los anuncios de barcos que iban a la costa turca, primero a Cos, en la vecina isla, y de allí a Bodrum. Mucho más al norte estaba Kusadasi, pueblo fronterizo que Pablo había visitado años antes en su primer viaje a Estambul. Hizo una cena rápida y se refugió pronto en su habitación: quería conectarse a internet para saber cómo iban las cosas en Asturias.

La visita a los museos al día siguiente le resultó ciertamente  instructiva, aunque buena parte de lo que en ellos se contaba y podía verse ya era de su conocimiento a través de los artículos y libros consultados. Se ratificó por tanto en lo ya sabido: allí había viudas porque sus maridos habían muerto a causa de la pesca de esponjas. Pese a esa certeza, la fotografía de las mujeres enlutadas y dolientes seguía intrigándole, como si aquellos rostros intentaban trasladar en realidad otro mensaje, una conexión que Pablo no conseguía desentrañar. 

-Te presentaré a Theo Makris, fue buceador y aunque tiene mal genio le gusta recordar historias. Lo hace por venganza porque ahora malvive con su pensión y vendiendo baratijas en la playa. Es anarquista de los que ya no existen. ¡Ah! y le gustan mucho los españoles, ya lo verás - dijo Xanthus en la segunda cita.

El viejo Makris, 96 años ocultos tras una abundante melena gris, ojos vivaces y un corpachón batiente por la cojera, fue parco en palabras al principio, incluso desagradable, aunque la habilidad de Xarthus como traductor evitó que la conversación acabase pronto.

-Dile al turista que si quiere que le hable de las viudas tiene que comprarme dos…, no, dos no, mejor tres pulseras. Con diez euros arreglamos el asunto- 

Pablo aceptó, Theo Makris extendió su mano para recibir el pago y tras guardarse los diez euros en el bolsillo de la camisa le dijo a Xarthus que las tres pulseras se las daría más tarde al español.

-El origen de todo mi interés está en este retrato que tiene ya 50 años y en el que solo se dice que es “la isla de las viudas”, señor Makris. Lo encontré en el desván de la casa familiar, en Asturias, en el norte de España, que es donde nací y vivo.

 Pablo le mostró la foto en la que los rostros de las viudas parecían ya difuminarse. Tras mirarla durante unos segundos con indiferencia, el viejo cerró los ojos, suspiró profundamente y luego comenzó a hablar como si en realidad fuese un rezo, o la dramatización de un texto. 

-A los buceadores nos pagaban por número de esponjas. Pasábamos meses navegando, durmiendo a la intemperie en la cubierta del barco bajo las estrellas, comiendo poco y mal y reventando los pulmones al tener que bajar a 30 metros de profundidad para pescarlas y no una, ni dos, sino varias veces al día. Los patrones decían que las esponjas eran “el oro de Kálymnos”, los muy cabrones, pero la narcosis nos destrozaba…, unos simplemente no regresaban a la superficie mientras que otros quedaban inútiles para el resto de sus vidas. De cada diez pescadores que salían del puerto solo regresaban cuatro o cinco. Por eso había tantas viudas en la isla. Morían sus maridos pero también sus hijos. No hay ningún misterio en esa foto que me has enseñado, solo explotación y tragedia.

-¿Y usted?¿cómo fue que se salvó?- acertó a preguntar Pablo durante unos breves segundos de respiro que se dio Theo Makris para coger aire.-

-Cuando nos invadieron los nazis alemanes en 1943 yo tenía 24 años y llevaba ya nueve buceando a pulmón para sacar esponjas. Dejé de pescar porque había que tomar las armas y defenderse de aquellos hijos de puta. Dos años después terminó la ocupación pero esta isla era ya un desierto en el que solo había hambre. Se dice que emigraron entonces más de 9.000 personas, y yo creo que se quedan cortos. Como las desgracias nunca vienen solas, una enfermedad comenzó a destrozar las esponjas en el Egeo y más allá, así que todo se hundió.

De pronto el viejo pescador dio por concluida la entrevista. Se levantó musitando unas palabras sin tan siquiera mirar a Pablo y tras mover con desgana su mano izquierda a modo de saludo se fue calle arriba, caminando lentamente y con dificultad.

-Me ha dicho que si lo deseas puedes volver mañana, a la misma hora y en este mismo lugar…, aunque, bueno, no te lo tomes a mal, pero volverá a costarte diez euros. ¡Ah! y olvídate de las pulseras, si quieres hacer algún regalo mejor lo buscas en las tiendas para turistas. No son de calidad pero tampoco muy caras- Resumió el siempre sonriente Xarthus.





Mientras regresaba al hotel Pablo echó cuentas: aún le quedaban dos días de estancia en la isla, así que volvería a ver al anarquista pescador de esponjas y aprovecharía el último día para visitar una zona arqueológica de la isla, cerca de Pera Castro, en la que habían descubierto restos de una antigua acrópolis y de un templo, cuya antigüedad, decían, superaba los 2.000 años. 

Ya en la habitación, apenas abrió el correo electrónico en su portátil comprendió que el viaje llegaba a su fin. El director de la revista reclamaba urgentemente su presencia y tenía que regresar en 24 horas. Todo a la mierda, se dijo.

-Xarthus, disculpa, ¿no podríamos adelantar el encuentro de mañana con el señor Makris?- Al otro lado del teléfono se hizo un breve silencio- Es que ha surgido un imprevisto y tengo que regresar a mi país-.

-Imposible. Por mí no hay problema, pero el viejo anarquista tiene su tiempo muy bien organizado. Borrachera por la noche, dormir hasta el mediodía y luego acosar a turistas con sus pulseras. No cuentes con él antes de las cinco- respondió su siempre amable traductor particular.

Pablo despertó pronto el que sería su último día en la isla de las viudas. Después de preparar la maleta y de que su agencia le confirmase que no había problema con los billetes de vuelta, pidió desayunar en la terraza del hotel. Yogur con miel, café y una rosquilla de pan con sésamo. Cuando el sol se hizo notar cerró los ojos y pensó en lo agradecido que estaba con Xarthus Mitsotakis, sin cuya ayuda el viaje habría sido un fracaso. ¿Y Makris?¿qué podría contarle de nuevo el viejo? Posiblemente nada, cobraría sus diez euros y saldría pitando a quemarlos en vino, cerveza, o metaxá. Estaba en esas cavilaciones cuando de pronto sonó su teléfono móvil.

-Hola, oye, español ¡sorpresa! el viejo acepta verte este mediodía. Ya te dije que ibas a caerle bien, jajajaja. Nos vemos en la taberna Stukas, frente a los pantalanes del puerto. Chao, chao-

La mañana pasó como un suspiro para Pablo mientras realizaba algunas compras de los regalos típicos griegos: cinturones de cuero, pipas de espuma de mar, una sortija de plata con dos pequeños defines y, -cómo no-, esponjas naturales. 

Poco antes de las doce ya estaba sentado en la terraza de la taberna sugerida por Xarthus, cuyo nombre -¡oh casualidades del destino!- era el mismo que el de un grupo de rock que había conseguido pequeños momentos de gloria en España a finales del siglo XX. Poco después llegaban Theo Makris y Xarthus Mitsotakis.

-Tenga, señor Makris, sus diez euros -dijo Pablo casi sin inmutarse, al tiempo que le mostraba la bolsa de regalos- y como ve ya he hecho mis compras de souvenirs, así que no tiene que darme ninguna pulsera. Sí quería hacerle una pregunta ¿queda viva alguna de las viudas enlutadas a causa de la pesca de esponjas?

El viejo anarquista escuchó atentamente la traducción que Xarthus hacía de las palabras de Pablo, bajó luego su mirada al suelo y al igual que el día anterior comenzó a hablar como si estuviese en la platea de un teatro ante una audiencia embelesada. 

-Todas las viudas están muertas pues ha pasado mucho tiempo, tanto que entonces yo aún era joven y ahora soy un viejo. Ya nunca podrás entrevistarlas, ni retratarlas porque no existen. ¿A qué viene ese estúpido interés por una foto olvidada en un libro? No hay ningún misterio. Ni lo hubo ni lo hay. Solo injusticias y explotación-

Mientras Makris hizo una pausa tratando de devolver algo de aire a sus agotados pulmones, el rostro de Pablo fue tornándose serio, tal vez intuyendo que aquella última conversación no acabaría bien.

-Yo también tengo preguntas. Poco después de cumplir 15 años, mi padre, que era maestro aquí, en Pothía, me dio a leer un periódico en el que una foto ocupaba toda la portada. ¿Sabes qué mostraba la fotografía? A un grupo de mujeres enlutadas mesándose los cabellos y gritando. ¿Adivinas porqué? Ayer me dijiste que eras español del norte, de Asturias ¿no? Pues resulta que aquellas mujeres eran de donde eres tú, y la foto hecha noticia hablaba de la Revolución de Octubre, de la represión contra los mineros del carbón que fueron quienes se levantaron contra el hambre, y de la que las mujeres también fueron víctimas. Las nuestras enviudaron por la narcosis y la explotación que sufríamos los pescadores de esponjas y las vuestras por la silicosis y las injusticias que acababan con las vidas de los mineros. Tan lejos y sin embargo tan parecidos los destinos. No busques más. No hay ningún misterio. Solo injusticias. La foto de nuestras viudas que encontraste en el libro de tu abuelo, como la que pude ver yo de las vuestras en el periódico que mi padre había comprado, no mostraban más que la realidad. Una misma realidad.

Ni Pablo ni Xarthus acertaron a decir nada. Theo Makris, el viejo anarquista que había sido pescador de esponjas, se levantó poco a poco de la silla y mientras echaba a andar hacia la playa con sus pulseras colgando del brazo se le oyó musitar: Que tengas buen viaje de regreso, español. Y salud.


(Relato escrito para la revista "Ochobre". Diciembre, 2020)