viernes, 18 de marzo de 2016

MAPAMUNDI (de los picos de oro)

Hubo un tiempo durante la Transición en el que el Partido Comunista de España (PCE) entró en una especie de voladura retardada debido a diversas razones imposibles de analizar aquí, tal vez un reformismo exacerbado, una sibilina estrategia camuflada tras el eurocomunismo, un simple ordeno y mando sin la menor participación de la militancia o cualquier otra, tanto da pues las hubo en abundancia. Por cierto que exacerbación, camuflajes y autoritarismo son palabras que vuelven a sonar con insistencia pasados ya más de treinta años. Tomen nota.
 En aquellos “históricos aconteceres” -todo se exagera, ya saben- la supervivencia de los partidos era esencial para intentar dar vida a un estado democrático y las disidencias, sobre todo en la izquierda, su ámbito más natural, se pagaban caras. Defender el “territorio ideológico” frente al enemigo era esencial y resulta que si alguien pasaba a formar parte -voluntaria o involuntariamente- del grupo de los “picos de oro” podía darse por acabado.
 Existía en aquel comunismo recién llegado a la libertad en 1977 un ánimo generoso y esperanzado pero también los condicionantes de largos años de clandestinidades, entre los que destacaban las notorias secuelas del estalinismo y una concepción entre religiosa y militar, no por casualidad desde su nacimiento en 1921 el PCE tan solo había sido un partido legal durante 10 años, 10 de los 56 de existencia.
En esa lucha fue desgarrándose la ilusión de muchas personas pero ello no impidió algo sorprendente: llegada la democracia tenían pocos votos y pocos diputados pero Santiago Carrillo se las arreglaba para mantener visible a un partido que, cierto era, iniciaba ya un declive evidente pero que había tenido un gran protagonismo en los primeros años del tránsito.
Esas contradicciones se agudizaron, aumentaron las decepciones y la caza del enemigo interior actuó a conciencia. Antes de que la desbandada fuese general Carrillo ya se había ventilado a los picos de oro, a los picos de plata y hasta a los de hierro. Guerra a muerte. Hasta el punto que el mismo don Santiago acabaría expulsado también del PCE años después. En ciertos ámbitos de la izquierda la pelea interna es norma asumida, cierto, pero no por ello resulta menos estúpida y dañina. Y para qué poner ejemplos. Libre la imaginación y punto.
 Viene a cuento este recordatorio de aquellos “picos de oro” de la Transición tan denostados por Carrillo porque llevo una temporada recibiendo señales que no sé cómo interpretar; un suponer, de vez en cuando pongo la tele y salen unos tipos que hablan como dios, graciosos unas veces, lacrimógenos otras, pero siempre con un dramatismo… no sé, poco creíble, más que nada quizás por la sobreactuación.
 Pero hay otro dato más inquietante, cuando hablan para su parroquia también son unos “picos de oro” al modo y manera que decía don Santiago. El los veía buena gente y tal pero unos presuntuosos con mucha labia, unos señoritos pijos que querían mandar. Igual que consideró en su momento a Federico Semprún.
 Si paso de la tele y me voy a las redes sociales allí vive instalado todo el aparato propagandístico de nuestros amigos mediante un control exacerbado confundiendo a veces el merchandising, los buenos sentimientos y la más cruda y burda falta de respeto. Es una especie de mercadillo en el que ni picos de oro ni leches, consigna pura y dura, utilizando el copia y pega. Y, claro está, otras técnicas mucho más refinadas y también más peligrosas.
Y les regalo un ejemplo. Quizás muchos no hayan leído la carta que la escritora Lucía Etxebarría hizo pública hace apenas unos días con dos destinatarios: el diario Público y Podemos. Deberían leerla, se lo digo sinceramente, En ella no hay risas pero sí el relato de cómo se las gastan nuestros amigos.


Carta abierta al diario Público y a Podemos de Lucía Etxebarría | Diario Público http://www.publico.es/culturas/carta-abierta-al-diario-publico.html