sábado, 14 de octubre de 2023

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“NO SUPLIQUES A LOS SUEÑOS”


de Carlos Barros San José



   Foto de LNE


Este mes de octubre tuve la oportunidad de presentar en la librería La Buena Letra, en Gijón, el libro No supliques a los sueños de Carlos Barros, con presencia del autor y de Hilario Feito. 

Aquí dejo el texto de mi intervención:


"Como bien sabrán muchos de ustedes, ya que son personas bien informadas, este libro titulado No supliques a los sueños, del aquí presente Carlos Barros San José, es un texto en el que el drama se convierte en género literario. 

Aristóteles señalaba al respecto que este tipo de teatro servía para mostrar al espectador -aquí al lector-, las vicisitudes de los caídos en desgracia. Con una singularidad en el caso que nos ocupa: se apoya en la realidad para conmover a los lectores y sensibilizarlos.

Es importante resaltar también algo que el mismo Aristóteles recogía en su tratado de POÉTICA (330 a. de c.): en la Antigua Grecia el teatro se usaba como ritual de conducta política, instrucción moral o diversión para conseguir cambiar la conciencia del espectador. 

Tal como nos recuerda la bibliotecaria mierense Susana Losa en la introducción, el libro se presenta como una dramaturgia clásica, dividida en actos, cuadros y escenas, basada en hechos reales en los que el abuelo y el padre del autor serán dos de los principales protagonistas. 

La obra sitúa al lector en febrero de 1930, encuentra un primer punto de inflexión en la primavera de 1952, y concluye en el otoño de 1957, manteniéndose así un orden cronológico en las cosas que se cuentan, tal como reclama el teatro dramático.

Es la “trama-nudo-desenlace” como arquitectura literaria de un conflicto que permite al autor ir mostrándonos poco a poco la compleja y atormentada vida de los personajes, sobremanera a la madre, Ludivina; a su hijo Constantino; y al padre ausente, Ángel.

El relato reúne ingredientes reconocibles durante la primera mitad de la España del siglo XX, sometida a fuertes convulsiones sociales entre el comienzo de la segunda República, las diversas crisis que impulsaron la emigración a América, el drama de una guerra, el hambre y miedo de los derrotados, y el estigma de los hijos de mujer soltera  que es desterrada, separada de sus hijos,  vigilada por la guardia civil y los falangistas, impregnando así de rencor el escenario social.

Carlos Barros consigue mostrarnos con esta historia unos personajes que por momentos parecen acercarse a los límites de la desesperación a causa del drama provocado por el joven emigrante que huye de su tierra de origen buscando fortuna, dejando atrás el incierto amor de una joven embarazada.

Sobresalen así el protagonismo de una madre que se siente abandonada y repudiada, junto al desconcierto de un hijo que ve por vez primera a su padre cumplidos 22 años y del que en realidad duda sobre cuáles son sus verdaderas intenciones.

Lógicamente, no seré yo quien les desvele el final de esta historia, aunque sí me permito añadir que en los personajes de No supliques a los sueños hay fracaso y soledad a raudales, mostrando así lo inevitable, confuso y sobre todo doloroso de la condición humana, como si la razón y la justicia no fuesen suficientes para sobrevivir a las emociones. 

Sí quiero destacar sin embargo tres elementos que simbolizan el contexto social y la época en la que se desarrolla esta obra. Queda dicho que el emigrante y padre ausente regresa a Asturias por vez primera a comienzos de los años cincuenta. Ya es un indiano triunfador y para acercarse a su hijo le hace dos regalos: un reloj y una gabardina. Hoy para nosotros esos dos objetos apenas representan ya nada, la gabardina pasó de moda y el reloj tiene un sustituto en el móvil, dejando de ser una necesidad para medir el paso del tiempo y convirtiéndose en un complemento más del bien vestir. A mitad del pasado siglo eran sin embargo dos símbolos del éxito, del poder, frente a una depauperada clase obrera y campesina.  

También resulta significativo, como muestra de una determinada época, el relevante papel de la fotografía. Durante el primer encuentro entre padre e hijo en un bar aparece un fotógrafo callejero de la época (que podría ser Constantino Suárez, Valentín Vega, etc.), les pregunta si están interesados en hacerse juntos una foto y Ángel, el padre, dice que sí. Es la foto que marcará el monólogo fundamental de la obra, permitiendo a Constantino volcar sobre ella toda la desesperanza y decepción del hijo de madre soltera que nunca será reconocido legal y socialmente.

Al fin y al cabo, como recordaba Susan Sontag, la fotografía nos permite confirmar una realidad que existió, dilatar la experiencia de un momento atrapado de la vida, y llegado el caso, como hace Ángel, utilizarla de último recurso para (abro comillas) “hablar” con su padre después de muerto. 

Junto a estos tres objetos, el reloj, la gabardina y la fotografía, aparece ya en el título de la obra otra referencia en forma de súplica a algo inasible pero constante no solo en el texto de Carlos, sino en toda la historia del teatro: los sueños.

Hagamos memoria. 

Shakespeare escribió El sueño de una noche de verano;Calderón La vida es sueño; Buero Vallejo La tejedora de sueños y El sueño de la razón (inspirado ésta en el cuadro de Goya El sueño de la razón produce monstruos); Alfonso Sastre Cargamento de sueños; y más cercano en el tiempo, el hace unos días galardonado con el Premio Nobel de Literatura, el noruego Jon Fosse publicaba Sueño de otoño.

En casi todos esos textos hay un drama que vive agazapado pero que llegado el momento salta sobre los personajes mostrando sus verdaderas intenciones convirtiendo el teatro en múltiples reflejos de realidades que nos son comunes, pero que únicamente reconocemos como tales cuando las vemos reflejadas sobre el escenario. Es la catarsis griega que consigue sacar al espectador del ensimismamiento que crea la rutina.

En el caso del libro de Carlos hay un momento en el que Ludivina le dice a su hijo: “Uno debe saber hasta dónde debe soñar”.

Es una muestra más de ese drama interior que arrebata a todos los personajes de esta historia y que no deja indiferente al lector. 



                Portada del libro


Una vez resumido de forma breve lo que nos cuenta el libro, permítaseme volver nuevamente a los conceptos defendidos por Aristóteles en la Grecia clásica. ¿Para qué sirve este ejercicio literario de Carlos mostrándonos un teatro social a través del drama? El filósofo lo resumía diciendo que recrear la realidad en un texto que llegará a representarse sobre un escenario obliga y permite distanciarse lo suficiente de ella para ayudarnos a reflexionar y llegado el caso, comprender. Algo que está en el origen y esencia del teatro, provocando en el espectador la ya mentada purificación de las pasiones cuando contemplamos sobre el escenario una situación trágica. El autor, al dibujar con palabras el pasado de su familia, apunta claramente en esa dirección. 

Finalmente un breve apunte sobre este teatro basado en el drama partiendo de una estructura formal clásica. Es cierto que al leer el texto de Carlos vienen a la mente algunos nombres ya citados como Buero Vallejo y Alfonso Sastre, también los de Brecht, Chéjov, Alfred Jarry o Beckett. Incluso yendo más lejos en el tiempo, a la cultura griega, aparecen Eurípides, Sófocles, Esquilo o Aristófanes.  ¿Y Asturias? ¿Existen autores en los que puedan encontrarse las huellas de esa literatura dramática ligada al mundo del teatro? Y la respuesta es un rotundo sí, a pesar de las marginaciones y olvidos. Permítaseme reivindicar el papel de autores ya desaparecidos como Javier Villanueva, Nel Amaro e incluso Alejandro Casona, cuyos personajes marcados por la marginación, la derrota, el fracaso o el amor prohibido, a veces con diálogos directos y descarnados, supieron mostrarnos el alcance de la tensión dramática sobre los escenarios. Incluso en compañías y grupos independientes, casos de Margen, el Teatro del Norte, Higiénico Papel, Casona, el TEG, Soto Torres, y un largo etcétera, esa dramaturgia de influencias clásicas notables, ha sido el alimento de muchas generaciones. 

Al fin y al cabo, los textos teatrales permiten múltiples lecturas, tantas como espectadores hay de este viejo arte que el paso del tiempo y sus constantes crisis no han conseguido destruir. Así lo espero y deseo también en el caso de esta súplica a los sueños que Carlos Barros San José nos regala ahora. 

Muchas gracias.


PEDRO ALBERTO MARCOS