jueves, 17 de noviembre de 2022

 La última miliciana socialista viva


LOS 104 AÑOS DE ÁNGELES FLÓREZ PEÓN (Maricuela): 

UN LARGO Y ESPERANZADO VIAJE


 Por PEDRO ALBERTO MARCOS



 

“La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte” (Vaclav Havel, dramaturgo, escritor y político checo)

 

 

LAS PREGUNTAS

 

¿Qué ocurre cuando el silencio forzado explota? ¿Tal vez esa liberación deviene en una suerte de venganza y de rabia largamente contenida? ¿o simplemente deja fluir sentimientos tan profundos que actúan como gritos que sin ocultar el dolor apelan sobre todo a la justicia y la razón? 

 

LOS ORÍGENES

 

Ángeles Flórez Peón, Maricuela, (Blimea, 17 de noviembre de 1918), cumple hoy 104 años y mantiene su engañosa figura frágil de siempre, ojos de agua vivaces y una sonrisa cómplice. Cuando una vez más hace recuento de su vida lo primero que cita fue aquel momento de 1934 cuando ella tenía apenas 15 años y los fascistas asesinaron a su hermano Antonio. Llegarían luego otros muchos tránsitos en su experiencia vital, sobremanera el vivido en el año 2003 cuando acompañando a las cenizas de su marido, Graciano Rozada, Chano, regresó a España tras un exilio de 67 años en Francia. 

Fue aquel un largo tiempo repleto de silencios que solo conseguía vencer en la soledad de una habitación y en el lento teclear de la máquina de escribir que le habían regalado sus hijos, María Ángeles y José Antonio. Necesitaba contar lo ocurrido, tantos años oculto y asediado por el tiempo, y aquel diario, página tras página, recuerdo tras recuerdo, fue su salvación, aunque confiesa que nunca creyó que acabaría convirtiéndose en uno de los libros de memorias más leídos en la Asturias democrática del siglo XXI [1]

 -Para mí fue toda una sorpresa el interés de la gente por conocer una historia que no considero ni importante ni extraordinaria. Si hay algo de especial es la suerte que tuve de seguir viva. Lo más lógico es que hubiese muerto como otras compañeras milicianas, pero afortunadamente pude contarlo para que se conociese lo que ocurrió entonces en la guerra y en la cárcel. En realidad, en ese libro no hablo por mí, sino por ellas, por todas las mujeres que no sobrevivieron al fascismo golpista y murieron en el frente llevando comida a los soldados o cuando las sacaban de las cárceles para fusilarlas simplemente porque eran republicanas. Tengo muy grabadas en la memoria esas escenas tan terribles. Los hombres lucharon, fueron valientes y se les reconoció, de acuerdo, pero las historias de muchas mujeres quedaron ocultas y eso es injusto, muy injusto. Además ¿qué somos sin memoria? -y ella misma se responde-. Nada, sin memoria no somos nada. 

 

Le pido a Ángeles que hable de su infancia, de la niña que fue o que no pudo ser. Y suspira quedamente pero no vuelve la mirada. Es en esos momentos cuando se intuye la fortaleza interna, también el hábito de la contención frente a las incertidumbres interiores a las que como a tantas otras personas de su generación se vio forzada por las circunstancias. La juventud rota, desalmada por los acontecimientos que dejaron en el olvido las ganas de divertirse, de ir al baile, pasear con las amigas, o mismamente actuar en una obra de teatro titulada “¡Arriba los pobres del mundo!”, en la que interpretaba el papel de una chica llamada Maricuela

-Para mí hablar de aquellos años es hablar del hambre y el miedo, es decir, de la miseria. Los mineros asturianos eran entonces como esclavos, salían del trabajo y no tenían ni duchas y debían esperar a lavarse en sus casas. Trabajaban en las peores condiciones todas las horas que quería el patrón, casi como esclavos, y resultaba muy difícil mantener una familia porque los salarios eran muy bajos. A veces contaban con la ayuda de una pequeña huerta en la que sembraban patatas y verduras, pero todo era insuficiente y muchos niños pequeños ni podían ir a la escuela. Luego estaban los curas, que solo sabían hablar del infierno, del pecado y esas cosas. En realidad, quienes éramos pobres, y lo éramos la gran mayoría, no tuvimos niñez.


LA REPÚBLICA

 

Pobreza, miseria, un movimiento obrero repleto de parias de la tierra que trataba de organizarse, de hacer frente a la explotación de la clase trabajadora, de la famélica legión… ¿acaso no había ninguna esperanza? 

-Con 12 años a cuestas yo no sabía entonces qué era la República, pero el día de su proclamación mi madre me cogió de la mano y nos unimos a la manifestación que subía desde El Entrego hacia Sotrondio. Todo el mundo estaba alegre y gritaban ¡Viva la República!, y fue entonces cuando comprendí que algo importante estaba pasando, aunque no llegué a darme cuenta del todo hasta que en 1934 estalló la Revolución de Octubre. Ya sabes, fue entonces cuando asesinaron a mi hermano Antonio, al que yo adoraba. Cuando fracasó la revolución el general López Ochoa le aseguró a Belarmino Tomás que no habría represalias, pero mintió. Mi hermano fue uno de los mártires en la fosa de Carbayín, donde todos fueron asesinados brutalmente, y ese dolor nunca pude superarlo.

 

Frente a la injusticia, resistencia; frente al poder casi omnímodo de los poderosos, la organización de la clase obrera. La politización era creciente entonces.

-En nuestra casa se hablaba mucho de política. Mi padre, José, que era madrileño y había conocido a Pablo Iglesias, militaba en el PSOE y en la UGT; mi madre, Restituta, trabajaba de comadrona y siempre la admiré por su carácter libre e independiente, incluso había escrito un libro en contra de la guerra mundial que no llegó a publicarse. Tenía también ideas socialistas, pero no militaba en el partido. Mi hermano Antonio se hizo comunista en Bélgica; y luego estaba mi hermana Aurora que profesaba con fervor el catolicismo. Éramos por tanto una familia muy plural, muy democrática.

 

Tras los primeros años de la república y en pleno ascenso del fascismo en buena parte de Europa, el nacional-catolicismo español reacciona, llegará el bienio negro con Lerroux bajo la alargada sombra de Gil Robles y como corolario unas elecciones generales que ganará el Frente Popular.

-El triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 nos dio muchos ánimos pues significó, entre otras cosas, que todos los que aún estaban presos por haber participado en la Revolución del 34 saldrían de la cárcel, y también que los familiares de quienes habían sido asesinados en Carbayín podíamos entrar en el cementerio libremente y sin problemas, pues hasta entonces estaba prohibido. Yo ya me sentía entonces socialista y creamos la agrupación de las Juventudes Socialistas Unificadas, la JSU. Crear conciencia de izquierdas implicaba muchas cosas, por ejemplo, hacer una obra de teatro, pero cuando íbamos a estrenarla en Pola de Siero el 18 de julio de 1936 los militares fascistas se sublevaron contra la República y como no consiguieron su objetivo aquel fracaso desencadenó una guerra terrible. Siempre recuerdo las palabras que solía decir mi madre poco después de que el Frente Popular ganara las elecciones; “Creo que se está preparando una guerra. Esta gente no se resigna a que gobierne la izquierda”. Tenía toda la razón. El caso es que pidieron voluntarios para ir al frente porque la República estaba en peligro y había que defenderla, y nos apuntamos tres hermanos, Secundino, Argentina y yo. A las mujeres nos destinaron al principio a asegurar la comida a los que estaban en el frente y muchas veces teníamos que llevar las potas arrastrándonos por el suelo para evitar que te pegasen un tiro. Todo aquello era muy triste… y hasta había quien utilizaba la guerra para venganzas personales, algo que me indignaba. Cuando por fin se formaron los batallones republicanos nos militarizaron y yo pasé a formar parte del que llevaba el nombre de “Los mártires de Carbayín”. Era ya una guerra con todas las consecuencias, heridos, muertos, desaparecidos… Al principio había mucha ilusión porque creíamos que las democracias europeas iban a ponerse del lado de la República, pero con el tiempo llegó la desilusión: estábamos solos pero había que seguir luchando. Poco después nos enviaron de enfermeras a Gijón pero ya para entonces las cosas iban muy mal. En octubre del 37 cae el frente republicano de Asturias, nos detienen a mi hermana y a mí y acabamos en la cárcel modelo de Oviedo. A mi otro hermano también lo detuvieron llevándole a un campo de concentración que había en Candas.

                                  Dibujo de Maricuela realizado por Alfonso Zapico

LA DERROTA


La derrota de la República provocó juicios sumarísimos, condenas a muerte, años de cárcel, libertades condicionadas, pérdidas de trabajo y posesiones, y exilios. Han pasado muchos años desde entonces, pero aún hoy pueden rastrearse sin dificultad acontecimientos que marcaron de forma indeleble las vidas de millones de personas. 

 

-Aquellos juicios eran una farsa de principio a fin. No teníamos a nadie que nos defendiera, los testigos eran falsos y a conveniencia de los fascistas, y se inventaban historias para condenarte. De mi dijeron que había matado a un soldado… ¿Yo? ¡qué tontería! Pero les daba igual, el caso era acabar con todos nosotros, a unos les daban el paseo de madrugada para asesinarlos en una cuneta y dejarle allí abandonados y a otros nos mandaban a prisión. Me condenaron y acabé en la cárcel de Saturrarán, en el país vasco. Fue una experiencia traumática, pero salí viva. Cuando me dejaron en libertad creí que iba a poder recuperar mi vida anterior, mis ansias por ser feliz, pero las cosas no fueron tan sencillas. Regresé a la cuenca minera, a El Entrego, trabajé en un bar y en una farmacia, tuve un novio con el que me casé y fui feliz, Chano, pero seguíamos siendo rojos y nuestra libertad era provisional, siempre bajo sospecha. Yo tenía que presentarme una vez al mes ante el juez pero cuando tuve a mi primer hija no lo hice así que no tardaron en enviarme a casa a la Guardia Civil. El juez me dejó muy claro que podían volver a enviarme a la cárcel en cualquier momento, que pese a haber cumplido la condena no era una persona libre y que posiblemente no lo sería nunca mientras Franco continuase mandando en España.


EL EXILIO


La cultura de resistencia al franquismo tenía dos rostros: el del interior y el del exilio. Ángeles perteneció durante 55 años al segundo tras huir de Asturias en 1948 ante la evidencia de que podía terminar en una fosa, en una cuneta o en un pozo como otros muchos socialistas. 

-A los rojos nos persiguieron porque sabían que no íbamos a renunciar a nuestras ideas. Mi marido tuvo que huir por su relación con los fugaos, con Mata, Flórez y los demás, y yo acabaría haciendo lo mismo. Él se fue huyendo de los tiros de los falangistas y a mí fue a buscarme a casa la Guardia Civil. Solo tenían un objetivo: acabar con los republicanos que habían quedado vivos pero aislados en Asturias después de la guerra y perseguir también a sus familiares amenazándoles y pegándoles palizas. Mi fuga a Francia no fue fácil, sobre todo porque no estaba dispuesta a irme sin mi hija María Ángeles. Ahora, cuando leo las noticias de los miles de inmigrantes africanos que llegan a Europa en pateras, clandestinamente, sin más ayuda que la suerte, recuerdo aquel viaje huyendo desde El Entrego hasta San Juan de Luz, ya en Francia. El Partido Socialista tenía contactos y enlaces en la frontera y a mí me pasó un pescador del pueblo de Pasajes que utilizaba su barca para pasear a los turistas. Me dijo que solo podía llevar un bolso de mano y a la niña por si nos detenían simular que éramos turistas. Lo que hice fue ponerme tres vestidos, un abrigo y unos zapatos de tacón, era el Jueves Santo de 1948 y hacía mucho calor. El pescador nos dijo que teníamos que ir acostadas en el fondo de la barca y tapadas con un hule. Pasé un miedo horrible. Pero seguí teniendo suerte, conseguí pasar a Francia y reunirme con mi marido.

 

EL REGRESO


Todo exiliado anhela un regreso que a veces se hace imposible. En el país de acogida van creándose poco a poco nuevos lazos y nuevas emociones, cierto, pero también lo es que en muchas ocasiones la esperanza de volver permanece intacta. La esperanza, ese camino en el que se entrecruzan sentimientos encontrados y llegado el caso pequeños éxitos que alientan el vivir resistiendo, sin renunciar a las utopías, haciendo camino al andar. 

El regreso de Ángeles a Asturias en el año 2003, tras fallecer su marido, no fue un simple arranque emocional, un imprevisto, sino la plena consciencia de que recuperaba así parte del pasado que le habían robado los fascistas. Tenía entonces 85 años y la firme voluntad de volver a sentirse partícipe de un proceso social en el que, al igual que en el pasado, las ideas políticas de la izquierda necesitaban del concurso de todos quienes pertenecían a la clase obrera, al mundo de los trabajadores, a los marginados, a los desprotegidos. Se instaló en Gijón y su presencia se hizo frecuente a partir de entonces en la Casa del Pueblo y en multitud de actos en los que se reivindicaban las ideas socialistas; regresó a Carbayín para decirles a los partidos políticos y sindicatos que la unidad de la izquierda no podía ser solo con palabras sino también con hechos, y que por tanto los homenajes a quienes habían sido asesinados en el 34 debían realizarse conjuntamente y no por separado: lo consiguió; la Fundación José Barreiro publicó sus memorias y el libro la permitió recorrer buena parte de Asturias dando charlas y participando en coloquios; hizo defensa pública del compromiso de los jóvenes y las Juventudes Socialistas de Asturias la nombraron presidenta de Honor; en institutos y universidades de Asturias, Madrid, Cataluña, Turquía y Japón conocieron cuál había sido su larga lucha contra las injusticias y en defensa de la dignidad; periódicos y emisoras de radio y televisión recogían sus palabras en las que resonaba siempre un mismo mensaje: hay que luchar, luchar y luchar.

-¿Cómo me encuentro a mi edad? Pues bien, superé dos caídas en la calle, una operación de cadera, y ahora para caminar necesito un taca-taca pero no tengo ninguna enfermedad, es más, cuando voy al médico siempre se sorprenden que con más de cien años, ¡104 ya!, no necesite ningún medicamento especial. Estoy convencida de que son las ideas socialistas las que me mantienen viva y activa, pero sobre todo está ese recuerdo imborrable y mi compromiso con las mujeres que fueron torturadas, asesinadas sin juicio y borradas de la historia durante la guerra de España y la posterior dictadura franquista. Quise ser su voz y creo haberlo conseguido. ¡Ah! Y nunca, nunca perdí la esperanza.

   


    Intervención de Ángeles ante más de 15.000 pensionistas en abril de 2018 durante la manifestación convocada en Gijón por los sindicatos UGT y CCOO


 



[1] Las dos primeras ediciones de la autobiografía “Memorias de Ángeles Flórez Peón, Maricuela”, las publicó la Fundación José Barreiro en los años 2009 y 2010. La tercera, asumida ya la edición por la propia autora, en el año 2017.