viernes, 6 de mayo de 2022

 Memoria Democrática

 

VICENTE GUTIÉRREZ SOLÍS, 

EL COMUNISTA QUE NO ERA HIJO DE STALIN

Por Pedro Alberto Marcos

 



“Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones. Me gusta la gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad”

(Mario Benedetti en “La gente que me gusta”)

 

La célula comunista a la que pertenecía tuvo aquella tarde un orden del día normal, casi diríase que aburrido: análisis de la situación política, directrices y recomendaciones llegadas “desde arriba” y posibles nuevos afiliados. Éramos ocho en la reunión y, como casi siempre, solo habló el responsable, quien finalizó su discurso con un anuncio:

-La próxima vez vendrá un camarada de la dirección. Lógicamente, no puedo deciros quién es, pero sí que va a trasladarnos un mensaje muy importante. ¿Alguna pregunta? -

Silencio, miradas cómplices y alguna sonrisa de difícil interpretación. Así pues, nadie preguntó de quien se trataba, pero mi imaginación echó a volar. ¿Alguien que regresaba secretamente del exilio? ¿que había estado en la cárcel? ¿que había vivido clandestinamente por casas y montes? La cultura comunista, por mor de la clandestinidad, solía moverse entre ese tipo de misterios que, he de confesarlo, a muchos jóvenes de entonces nos resultaban provocadores y también atractivos. 

“El camarada de la dirección” resultó que se llamaba Vicente G. Solís y el día que le conocí me dejó impresionado por muchas razones, era un tipo grande y elegante en el porte pero sobre todo me sorprendió su rostro. El grito surgió espontáneo igual que el codazo que le di a quien estaba sentado a mi lado:

-¡Meca! Si parez el fiu de Stalin- 

No daba crédito, con aquel bigote convertido en mostacho y el peinado hacia atrás, “el camarada de la dirección” parecía sacado de un tiempo en blanco y negro. Así fue como la palabra “Stalin” salió ahogada de mi garganta, casi temerosa, algo que no dejó de sorprenderme pues ya por entonces presumíamos de ver a los comunistas de la URSS bajo la humillante bota de la burocracia. Lo cierto es que estaba hablando de Iósif Stalin, del “padrecito” de la Revolución Soviética, de un mito rebosante de historias contradictorias, casi telúricas al proceder de la patria del proletariado, de la tierra prometida para los parias de la tierra, y también un señor que había muerto hacía ya mucho tiempo, exactamente cuando yo tenía tan solo un año de vida. 

Aquella sorpresa no empañó para nada la satisfacción de haber conocido por fin a un dirigente del partido del que tanto me habían hablado. Y es que a mí aquellas cosas me impresionaban mucho y cada vez que conocía a un clandestino como Vicente se repetían las mismas sensaciones. Reuniones secretas, huelgas y manifestaciones eran la parte inicial de un guion que acababa por lo general en detenciones, golpes y cárceles, pasando en muchas otras ocasiones por la pérdida de los puestos de trabajo, el destierro o incluso el exilio. Hablo de los años duros que, por ejemplo, vivieron las cuencas mineras asturianas desde finales de los años cincuenta del pasado siglo XX y sobre todo durante buena parte de los sesenta. Vicente, como otros, pagó caro entonces su compromiso político. Vayamos por partes.

La clandestinidad aún obligaba por entonces a mantener una cultura que los comunistas llevaban marcada a sangre y fuego, nacida prácticamente desde sus orígenes, allá por el año 1921, cuando el PCE había sido legal tan solo durante dos años, y luego en 1931, con la segunda República, otros ocho. Mucho tiempo después, superada formalmente la dictadura franquista, el partido consiguió en 1977 la nueva legalización. Así pues, de 56 años de existencia, 46 había sido una organización ilegal y por tanto perseguida. 

-Los comunistes casi siempre yéramos ilegales y llevando hosties ¿crees que eso nun pasa factura? – Sentenció Chus Pesetes, nuestro vecino de la Güeria de Carrocera que trabajaba con mi padre en el pozo Sotón y le pasaba el “Mundo Obrero” en la lampistería.

En realidad ¿Cuál era el estilo de aquellos cuadros militantes como Vicente G. Solis? Benigno Delmiro Coto (1), buen amigo desde que coincidimos en la asociación cultural “La Amistad” de El Entrego y luego en el PCE, lo resume con estas palabras:

-“Yo empecé a tener referencias de ellos de forma veladas ya desde niño, no en vano mi padre era barrenista del pozo María Luisa y participó en todo lo que se movilizaba desde el primer encierro de 1957. Se soslayaban sus nombres o apodos y eran respetados y admirados tanto por su arrojo como por su compañerismo. Sobraban las palabras y bastaban sus gestos en la casa de aseo para saber a qué atenerse”-

Siguiendo el hilo de ese “sobraban las palabras” que remiten, por ejemplo, a las llamadas “huelgas del silencio” de la minería asturiana durante la dictadura, cabe preguntarse cuándo y cómo comenzaron a instalarse los mitos en nuestras mentes. El ambiente cotidiano en una familia de clase obrera, de rojos, nos ayudaba desde niños a construir personajes que gozaban de cualidades asombrosas. La radio y sobre todo el cine, contribuían notablemente a desarrollar esa capacidad imaginativa, pero también los libros, ya fuesen “Viaje al centro de la tierra” o “La vuelta al mundo en ochenta días” de Julio Verne o el maravilloso “Guillermo hace de las suyas” escrito por Richmal Crompton. Luego estaban los misterios, lo nunca explicado: nuestro pariente Pepe Mata, primero había sido guerrillero socialista, luego fugau en el monte, y finalmente carne de exilio en Francia, al igual que Lolo y José María Marcos, los hermanos republicanos de mi padre, y el más pequeño, Armandín, que fue “niño de la guerra” y que nunca regresó a Asturias. De una u otra forma todos ellos fueron pequeños héroes que la historia se llevó por delante y ni tan siquiera las palabras fueron su refugio.

Vuelvo a Vicente y también a otros nombres de aquel tiempo de silencio: Herminio Serrano, Faustino Sánchez, Pichi, Nevado, Anita Sirgo, Tres Guerres, Paulino el de Tudela Veguín, y por supuesto a Horacio F. Inguanzo, el Paisano. Ciertamente, clandestinidades y mitos jugaban en un mismo terreno, fortaleciendo misterios y temores que inevitablemente alimentaban nuestra imaginación. Cuando había huelgas en las minas el enorme aparato de radio que reinaba en nuestra casa pasaba de la cocina a la habitación matrimonial, y allí, arrebujado entre mis padres, escuchábamos los tres Radio España Independiente, la mítica “Radio Pirenaica” (2) en la que a veces hablaba Dolores, la Pasionaria, arengando a los mineros. ¿Cómo no estremecerse ante tantos recuerdos que habían conformado nuestra infancia?

Después del día de autos en el que conocí al que parecía hijo de Stalin y dada la ya mentada agitación en la que vivíamos, mis encuentros con el camarada Vicente fueron a más, sobre todo cuando coincidimos ambos en la dirección del PCE en Asturias y él, siempre solidario, con el fin de que yo pudiese ahorrar algo de dinero, me llevaba a las reuniones en su coche. Estábamos los dos en el secretariado del partido pero había notables diferencias, y no solo por la edad, la experiencia, los años de militancia, etc, sino también por su instinto político y la cultura de dirigente obrero represaliado, en la que ya no imperaba el lenguaje militarista que utilizó el PCE tras el triunfo del nacionalcatolicismo en la guerra, pero sí el sentido especial de algunas palabras, por ejemplo, la entonación con la que decía “camarada”, o con la que te daba o quitaba razones utilizando el “precisamente…”; también porque su sola presencia obligaba a recordar los peligros que aún acechaban entonces, un tiempo que no era ni mucho menos de vino y rosas. La experiencia de ser ilegal, clandestino, subversivo y rebelde acarreaba todo tipo de incertidumbres, pero en activistas como Vicente la esperanza se situaba siempre por encima del sufrimiento.



En ese contexto no es de extrañar que, llegado el momento de pedir el ingreso como militante en el PCE, la bienvenida fuese acompañada de advertencias, tal como recuerda Benigno Delmiro, quien entró en el partido en el otoño de 1973. Vicente G. Solís era por entonces el responsable político de los comunistas en el Valle del Nalón y por tanto le correspondía a él dar las primeras instrucciones a los nuevos militantes clandestinos sobre el funcionamiento orgánico del partido, sus futuros contactos dentro de la organización y la entrega de un folleto titulado “El comportamiento de los comunistas ante la policía”, un manual de instrucciones que según Benigno “indicaba cómo afrontar los interrogatorios y las torturas que con probabilidad habría que sufrir y que ponían los pelos de punta”.

Llegaron luego tiempos vertiginosos, sobre todo tras la muerte del dictador en una cama de hospital. Aunque hoy no se recuerde, o carezca de importancia para los analistas, entre el adiós de Franco en 1975 hasta que se aprobó por votación la Constitución democrática en 1978 tan solo pasaron tres años que guste o no guste acabaron marcando el futuro. Tres años, tres. En ese breve lapso de tiempo los clandestinos pasaron a ser legales e incluso entraron en las instituciones, pero la llegada de la democracia trastocó todo. El PCE se hundió electoral y políticamente, y sin embargo personas como Vicente mantuvieron el tipo, trabajaron para su partido en los ayuntamientos y luego hicieron el camino de regreso, encontrando en las asociaciones de vecinos nuevos motivos para seguir luchando. Durante un tiempo le perdí la pista, hasta que en el año 2013 nos reencontramos en la Fiesta de la Cultura, en Gijón. Llevaba boina y ya no se parecía tanto a Stalin. Le noté resentido con la historia, no tanto la suya en particular como la que había sepultado tantos esfuerzos de los comunistas españoles por conseguir la libertad. En el 2019 me envió un aviso: inauguraba en Sama de Langreo una exposición de objetos personales relacionados con la militancia comunista clandestina con el título “Que no caigan en el olvido” y me comprometí a visitarla y apoyarla. Acudí en compañía de mi compadre y colega Roberto Pato y de Luis Campello, amigo desde los años sesenta y compañero de viaje en tantas aventuras, y a Vicente le vi feliz recordando, reivindicándose legítimamente, con esa tozudez que Benigno Delmiro resume con estas palabras y que hago también mías:

-“Vicente G. Solís viene a demostrar que ha habido y sigue habiendo personas involucradas con los de abajo, con quienes sufren la injusticia económica y social, con los desheredados de la fortuna que necesitan con urgencia que se construya un mundo mejor, más igualitario y que desaparezcan los privilegios de grupo y de clase social”.

Muchas gracias, Vicente, aunque ya no parezcas hijo de Stalin. O también “precisamente” por eso, “camarada”.


      Vicente G. Solís acompañado por el autor de este artículo y por otro veterano                              comunista, Luis Campello, en el año 2019

 

(1) Benigno Delmiro Coto es Catedrático de Lengua y Literatura Española y autor de numerosos libros relaciones con la cultura minera (“Literatura y minas en la España de los siglos XIX y XX”, y “El trabajo en las minas y su presencia en la Literatura”); la música (“Nuberu en el tiempo”); y también de conocidos militantes comunistas como Horacio F. Inguanzo y Faustino Sánchez. Su último trabajo se titula “La rebelión de la cultura en Asturias. Las sociedades culturales frente al franquismo”.

(2) “Radio Pirenaica” era una emisora instalada primero en Rusia y luego en Rumanía pero que el PCE “situaba” justo al lado de la frontera española y francesa en los montes Pirineos, para mostrarles a sus militantes y simpatizantes que el partido “estaba” en condiciones de irrumpir en la España de la dictadura franquista y recuperar la República (de hecho, lo habían intentado en la invasión a través del Valle de Arán en 1944).

 

NOTA.- Artículo de PAM publicado en el libro “Y DESDE ENTONCES YA NO HUBO DOMINGOS. VICENTE GUTIÉRREZ SOLÍS, COMUNISTA Y DEMÓCRATA” de Héctor González Pérez. Editan: Consejería de la Presidencia del Gobierno del Principado y el Instituto de la Memoria Democrática. 

Primera edición: diciembre de 2021