domingo, 12 de febrero de 2012

¿EL SENTIDO DEL HONOR O EL SENTIDO DEL HUMOR?

Hay historias que se repiten periódicamente igual que esos rumores de origen incierto que sitúan a algún nuevo rico conocido en bancarrota, a la rubia de la perfumería liada con con ese tipo infame que asegura ser un "progre" desde su más tierna infancia hasta los 54 tacos actuales, o sin ir más lejos el cotilleo burdo y soez que apunta con el dedo acusador a la vida privada de algún conocido venido a menos. Nada nuevo bajo el sol, no. Pero entre todas esas historias que tienden a la renuencia las hay especialmente dañinas, más que nada porque nos remiten a viejos tópicos que formaron parte de nuestra educación sentimental. Un suponer, la envidia trapisondista que atesoran los vecinos de fronteras (Francia, Portugal y Marruecos) por los continuos éxitos de los deportistas que nos son propios.
Cuando un señor bajito, de voz aflautada y con muy mala leche mandaba por estos lares los triunfos deportivos españoles tenían doble mérito porque "el enemigo" externo siempre trataba de engañarnos. Los extranjeros eran por tanto unos hijoputas tramposos que solo cuando el genio patrio lograba sobreponerse a tanta infamia permitía a nuestros deportistas conseguir el triunfo inapelable, eso sí, con la inestimable ayuda de la virgen María, del Espíritu Santo y de algún patrono local.
El asunto no tendría mayor trascendencia salvo por el interés desaforado que algunos medios de comunicación -alentados sin duda por otras "instancias superiores"- gustan de mostrar cuando la agresión de los hijoputas de turno se convierte en toda una afrenta al honor y al buen hacer de nuestros representantes auténticos, los deportistas triunfadores, puesto que los otros, los que elegimos con el voto secreto y democrático, bien sabemos que son una panda de mastuerzos que ni saben rematar de "chilena", ni nada de nada, además de conseguir enriquecerse a nuestra costa, que esa es otra, y no como los deportistas de élite, pobres, que viven con lo puesto, y quizás por eso se ven obligados a ingresar sus beneficios en los paraísos fiscales y evitar así que llegado el momento del retiro la miseria se los lleve por delante.
He de confesar que en parte entiendo el enfado de la afición: también yo disfruto de los triunfos de la selección española de fútbol, de los éxitos de Nadal en el tenis, o mismamente de ese ritmo cadencioso que atesora Alberto Contador cuando sube en bicicleta por los Pirineos o los Alpes. Pero hasta ahí las coincidencias. Cuando el orgullo herido se convierte en lastimero llanto porque unos muñecos de guiñol le han echado azufre a un asunto tan controvertido como el del dopaje y del enfado ocasional se pasa a un nacionalismo de charanga y pandereta, lo siento mucho pero por ahí no paso. La crítica, y más basada en el humor, esté aderezada o no por el ácido sulfúrico, es parte consustancial a las sociedades libres y por tanto ni propios ni ajenos están libres de su dictado ocasional. Inferir a partir de esas críticas que existe una confabulación internacional contra nuestros deportistas es tanto como regresar a los tiempos de maricastaña cuando el dictador bajito del que les hablaba antes recurría a los peligros insaciables de la masonería, del comunismo, de los homosexuales y de los judíos; o incluso a otros tiempos menos pretéritos, como cuando el ministro Trillo gobernaba por estos lares e invadió el islote de Perejil salvando así el honor mancillado por media docena de pescadores moros que andaban tras un banco  de sardinas.

La selección española de fútbol -sobre todo si recupera a David Villa-, Rafael Nadal y Alberto Contador volverán a hacernos disfrutar pronto porque son unos artistas y la calidad no es flor de un día sino consecuencia del esfuerzo continuado, pero incluso aunque así no fuese, aquí el menda no está dispuesto a invadir Francia, ni a reconquistar Marruecos o Portugal, ni por supuesto a darme golpes en el pecho gritando ¡Gibraltar español! porque ciertamente todos los nacionalismos tienen un mismo objetivo: echarle la culpa al vecino de cualquier circunstancia que no nos sea favorable tras considerar que estamos en posesión de la verdad absoluta. Así que ya vale de llantos lastimeros y de distraer a la afición. Los guiñoles a lo suyo, Contador a prepararse para volver al a ganar un Tour, Nadal a mantener la buena forma mostrada este año, y nosotros a no olvidar la realidad: que quienes más gritan por el honor patrio supuestamente mancillado son precisamente quienes acaban de aprobar o de aplaudir una serie de leyes que causarán un gravísimo perjuicio a millones de españoles, bien en su trabajo, en su centro de Salud o en el colegio de sus hijos, al margen de que les guste el fútbol, el tenis o el ciclismo.

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